En un tiempo donde lo cotidiano se encuentra siguiendo un recorrido de luces y figuras artificiales, el dibujo regresa a ser la forma más básica de representación. Es el trazo tembloroso de nuestra mano de los últimos recursos orgánicos que nos quedan para iluminar nuestras pantallas. Pero su traducción lumínica le costó su valor de pieza única. Estas imágenes, palabras y sonidos se vuelven territorio nómada, nos pertenecen a todos y a nadie simultáneamente. Por defecto, el dibujo apela a nuestra mirada pues encontramos también reflejos de otros en ellos. Por costumbre, los recolectamos. Las historias se palpan ahora con las pestañas de los ojos y el archivo se traduce en píxeles. Están aquí para quedarse ahora y por siempre mientras que el relato que cuentan es distinto con cada parpadeo. Volver al dibujo para reconocerse a uno mismo, cambiar el recorrido cegador por uno de huellas visuales. Es lo digital ahora una nueva localidad; un nuevo medio ambiente que se encuentra furiosamente vivo gracias a las voces silenciosas que solamente pueden ser escuchadas a susurros.
(Cancún, 1998) estudia Artes Visuales en la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Su obra artística abarca distintos medios tanto gráficos como digitales, enfocándose en la ilustración y el dibujo de criaturas de índole desconocida para revelar un enfoque desapegado de la cotidianidad, tomando elementos de la literatura, la vida marina, diversos bestiarios mitológicos y, más recientemente, de la cultura visual del post internet. A principios del 2020, expandió su trabajo a campos de narrativa visual, inaugurando proyectos de animación y libros ilustrados sobre la relación comunitaria entre seres humanos y animales.